El esperado regreso del INDIO

Sí, SOLARI volvió definitivamente. Sin los históricos compañeros de PATRICIO REY Y SUS REDONDITOS DE RICOTA, el pelado de la voz y el temple inigualable llegó al Estadio Unico de La Plata para confirmar su resurrección como solista, grabar un posible disco en vivo y dispersar cenizas de viejas épocas.
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Era él. Era su calva, su gloriosa calva, ahí, petrificada en el enorme escenario armado especialmente para el regreso del INDIO en el Estadio Unico de La Plata. Era el esperado retorno de ésa voz áspera e inigualable, misteriosa y omnipresente, descolocada y admirada. Era la vuelta a la vida de un personaje que durante los cuatro últimos años se volcó hacia la familia, la tranquilidad y también a la tan preciada soledad de una casa-quinta en Parque Leloir. Era el reencuentro con un mito estampado en millones de remeras, con el poeta urbano y de pluma admirable, con una leyenda que es leyenda desde siempre, tal vez por la cuidada construcción social de su figura. Era, en fin, un CARLOS SOLARI que volvió para quedarse.

Secundado por su banda LOS FUNDAMENTALISTAS DEL AIRE ACONDICIONADO –un septeto que entre guitarras, bajo, batería, vientos y DEBORAH DIXON, jugó un papel más que importante a lo largo del concierto-, el INDIO convocó a casi cien mil personas para su doblete triunfal en la ciudad de las diagonales, donde presentó su debut solista “El Tesoro De Los Inocentes (Bingo Fuel)”. Sin embargo, la pregunta implícita ante semejante movilización nacional fue... ¿venimos a ver al INDIO solista? ¿O venimos a ver al cantante de PATRICIO REY Y SUS REDONDITOS DE RICOTA?

La respuesta –esperable- llegó por parte del Observatorio Astronómico de La Plata: tanto el sábado como el domingo se detectaron sismos leves cuando desde las tablas bajó el himno “Jijiji” y el pogo más grande del mundo dejó de ser un simple sueño. Son datos reales difundidos por MIGUEL ELGARTE, encargado del área de Sismografía del Observatorio.


Maldición, ¿va a ser una noche hermosa?
500 policías, más de 600 personas de seguridad y por lo menos 100 inspectores municipales estuvieron encargados de vigilar un par espectáculos que –según gran cantidad de futurólogos- podría haber devuelto la violencia a los eventos masivos, pero que afortunadamente se desarrollaron en un clima de tranquilidad y de verdadera familiaridad rockera. Los pogos espontáneos en algunas estaciones de peaje o en ciertas esquinas platenses entre pibes que jamás habían tenido contacto son un buen ejemplo de ese ambiente familiar construido a base de acordes.

Cuando el cielo permitió observar claramente aquella luna tan hermosa que custodió todo el show, el INDIO apareció en escena con cara de póker y una llamativa camisa naranja que más tarde cambiaría por otras de colores apagados. Repito: era él. Era su calva, su gloriosa calva, ahí, petrificada en el enorme escenario y rodeada por cuatro pantallas que alternaron animaciones con imágenes de lo que sucedía en ese preciso momento.

Griterío de 48 mil almas. Silencio desde el escenario. El pelado cantaba, se movía, agitaba, ensayaba algunos saltitos... pero lo único que se escuchaba eran los reclamos unánimes de la gente. Un minuto después una consola parece enchufarse y desde la gran cantidad de amplificadores descendió el sonido de una fallida versión de “Nike es la cultura”, secundada por “Amenesia” y por “Tomasito podés oírme? Tomasito podés verme?”, con un sonido bajo y desilusionante.

Pero insisto: era él. Era su calva, su gloriosa calva. Y por lo tanto, una vez solucionados los inconvenientes, no hubo enojo que frenara la energía desatada por ese señor de 56 años que desde pendejo escribió su nombre con tinta indeleble en el libro rockero de la República Argentina.


Mientras más alto trepa el monito...
Así es la vida. El guitarrista SKAY BEILINSON –que ya sacó dos compactos excelentes- debutó de manera solista en Buenos Aires frente a algunas miles de personas; el INDIO, en cambio, tiró toda la carne al asador a pesar de haber reconocido en varias entrevistas que no tiene una buena visión para los negocios. “De hecho, yo no quería poner ‘Mi perro dinamita’ en el disco”, confesó en 2004.

Así es la vida, sí. Después de los problemas de sonido, el primer gran festejo masivo llegó gracias al clásico “Un ángel para tu soledad”. El pelado empezaba a cumplir lo prometido: hacer las canciones de LOS REDONDOS con los arreglos de siempre –a diferencia de SKAY, que suele versionar los temas- y regalarle al público las joyas que tanto esperaba. Además, rió varias veces y hasta pareció emocionado al escuchar el canto guerrero de los de abajo: “Olé, olé, olé, olá, ¡sólo te pido que se vuelvan a juntar!”. ¿Una señal o pura fantasía?

Así es la vida, también, porque volvieron a verse algunas bengalas y una serie larga de tres tiros, tanto en la función del sábado como en la del domingo. ¿Qué hizo el INDIO? Prefirió el silencio. Juicios de valor al margen, no debería olvidarse que 194 personas muertas es un buen numerito como para que el respeto sea más fuerte que un ataque de euforia en el medio de un concierto.

Así es la vida, al fin. El INDIO armó una lista de 25 temas en los que alternó con justeza los nuevos con los conocidos. ¿Los nuevos? Fueron 11 y se corearon de punta a punta del Estadio Unico, aunque los más festejados y aprendidos resultaron el impecable “El tesoro de los inocentes”, el desgarrador “Pabellón séptimo (relato de Horacio)” y el movedizo y electrónico “El charo chino”.

¿Qué pasó con los conocidos? Sorprendieron (“Fuegos de octubre”, “El lobo caído”, “Yo caníbal”), despertaron emoción y piel de gallina (“Ropa sucia”, “Tarea fina”) y generalizaron el desenfreno rockero de viejas épocas ricoteras (“Shoping disco-zen”, “Héroe del whisky”, “Nueva Roma”, “El pibe de los astilleros”, “Susanita”, “Un poco de amor francés”).

Párrafo aparte merece “Juguetes perdidos”, que con sus estrofas profundas logró alzar las manos de cada uno de los presentes y llevar el agradecimiento general a uno de los puntos más altos de ambos recitales.


¡No lo soñé!
Después de tres horas de show (aclaración: hubo tres intervalos) al INDIO se lo veía conforme. Había pasado el mal trago del principio, sus temas solistas, los clásicos, las referencias a los “talibanes” que le tiraban zapatillas y hasta el momento de aplausos para WALTER BULACIO. Sólo quedaba un “Jijiji” con las luces prendidas -como si el calvo encontrara excitación al ver el continuo golpe de los cuerpos- y un pequeño sismo en La Plata. El resto, ya es historia conocida.

Volvió un personaje que tal vez es más Rey que fundamentalista del aire acondicionado, que posiblemente sienta más afinidad por el pibe de los astilleros que por la piba de Blockbuster y que casi seguro adora los infiernos encantadores. Es Rey, y no soltó el patín. Nunca podrá soltarlo.

Nacho Girón (Redacción de El Acople)