SAN MARTÍN CRUZÓ LOS ANDES... Y NOSOTROS TAMBIÉN: crónica de una travesía histórica
El corazón de la Cordillera de los Andes a 4800 metros de altura en plena provincia de San Juan se abre ante mis ojos y se revela infinito y a la vez abrumador: ahí estoy, ahí estamos con el equipo de Telefé Noticias... en el mismo lugar, la misma senda que transitó el enorme Don José de San Martín hace exactamente 200 años.
Hay cansancio por las casi 10 horas ininterrumpidas de cabalgata; hay dolores de todo tipo por las rocas y las subidas/bajadas constantes; hay vértigo porque mirás al costado y siempre estás a punto de caer; hay apunamiento por la falta de oxígeno. ¿Pero sabés qué? Sobre todo hay orgullo: por acá pasó un loco con más de 5000 tipos con el objetivo de liberar mi Patria... y sin camperas térmicas, sin guantes, sin arrieros, sin NADA más que el amor a nuestra tierra.
El viaje es A-G-O-T-A-D-O-R: 5 días prácticamente enteros a lomo de caballo o mula por senderos (demasiado) angostos. Ni siquiera se frena a comer... hay que rebuscárselas para manotear algo de la alforja en pleno movimiento. Sólo se baja durante un suspiro para estirar mínimamente las piernas, para recargar agua en algún río o para ir al "baño". Cada jornada tenés horas y horas así: viendo una hilera interminable de jinetes que avanzan a paso lento y se admiran con los picos nevados.
Cada tanto, claro, hay que bajar del animal y ajustar las monturas, revisar que no se suelte nada, chequear que todo esté bien; el riesgo, lo digo sin vueltas, es caer y morir. Y si hablamos de peligro, ninguno de nosotros va a olvidar jamás la bajada del "Espinacito" y de "La Honda": hay que cerrar los ojos para que no se te ponga dura la panza porque el camino es empinado, zigzagueante y allá abajo sólo hay animales muertos. Ay, ay, ay, San Martín, estabas del tomate...
Es un viaje histórico, pero también físico y psicológico. "El desafío no es ganarle a la montaña -me dicen los más experimentados-. El desafío es ganarte a vos mismo". Suena justo: cuántas veces pensamos en abandonar, nos quejamos, casi lloramos, sufrimos, repasamos con indignación qué mierda nos llevó a hacer esta aventura.
Después de las eternas cabalgatas, lo que sigue no es más fácil: hay que pasar la noche en unos "refugios de montaña" que no son más que un gran campamento donde poner una carpa para protegerte del frío de la noche (nota: en el peor momento tuvimos 10 grados bajo cero).
¿Querés sacarte la tierra de la cara? Al río helado, siempre bien abrigado. ¿Querés lavarte los dientes? Al río. ¿Querés tomar algo? Al río. Y ahí es cuando, de a poco, uno se va liberando de sus costumbres urbanas. Sos vos y la naturaleza. Y lo demás... no importa nada.
Y después de todo, ¡por fin!, se llega al límite con Chile. Abrazos, emoción, lágrimas.
Una vez más: por acá pasó el Libertador... y no solo eso, por acá pasó, siguió varios días más y con una logística digna de total admiración logró vencer a los realistas en varios puntos diferentes a lo largo de la Cordillera el 12 de febrero de 1817. ¿Lo pensaste bien? 6 columnas del Ejército de los Andes cruzando por lugares diferentes que llegan más o menos al mismo tiempo a donde tenían que llegar para pelear. ¡Genialidad! SAN MARTÍN, MI ADMIRACIÓN Y LEALTAD ABSOLUTA HASTA EL DÍA EN QUE ME MUERA.
Acá, pienso, entre estas montañas inexpugnables, se escribió la historia. Y la verdadera LIBERTAD ya estaba al alcance de la mano. Puedo verlo ahí nomás a San Martín, tal vez sonriendo o tal vez exhausto, apoyado sobre las rocas. ¿Habrá sido consciente de lo que estaba haciendo? Bueno, yo sí. Y a pesar del frío, a pesar de los dolores, a pesar del camino que poco a poco hay que empezar a desandar también montados (¡!), no puedo dejar de gritar bien fuerte:
¡¡¡ VIVA LA PATRIA, CARAJO!!!