Cuatro casos de bateristas que pasaron, desde el fondo, al frente. ¿Alguien dijo "el puesto del bobo"?
José Bellas y Nacho Girón (en memoria de Oscar Moro).
CHAVEZ
Una orquesta de una sola pieza
"Mi hermano mayor, Martín, era fundador y guitarrista de Los Caballeros de la Quema. La música estaba ahí: Los Caballeros ensayaban en mi cuarto", se larga Matías Méndez, más conocido como Chávez. Un tipo multifacético: empezó con la batería, toca la guitarra y canta en Nuca, y es uno de los productores más requeridos del under. "Como baterista era un integrante activo en todas las bandas donde participé o armé: creaba el grupo, buscaba los músicos, las canciones y el estilo que quería. No soy el típico baterista que se queda al fondo". A los quince formó y compuso los primeros temas de Arbol, un grupo que en su versión actual llena el Luna Park. El resto de la historia es pública: cuando los contrató Universal, terminó saliendo porque a Santaolalla no le convencía su manera de tocar.
—Venías de una experiencia traumática. ¿No habías quedado desconfiado como para armar otra banda?
—Sí, por eso al principio encaré todo solo. Dije: "Ahora nadie me va a decir cómo hacer las cosas". Fueron apareciendo músicos y empecé a tener una conexión muy distinta a la que tenía con mis compañeros anteriores.
—Decís que te gustaría producir a Santaolalla. ¿Hay rencor?
—El rencor lo dejé atrás hace muchos años. Y a Gustavo me gustaría producirlo en serio. Es un tipo muy interesante, con un modo brutal de hacer las cosas: las buenas y las malas.
Excitado con su presente, Chávez cree que "en poco tiempo podemos llegar a ser una banda muy seria a nivel mundial' y lo digo sin sonrojarme". Y cierra: "Todavía no sé cuál es mi fuerte en ese papel, pero lo estoy buscando. Lo que sí sé es que no tengo esa cosa de '¡hola, de pie, llegó el productor!'".
DANIEL BUIRA
Hombre mirando al Africa
"A los seis años armaba baterías con baldes y les daba conciertos a mis viejos. Mucho después me confesaron que me aplaudían de compromiso", se ríe Daniel Buira, ex baterista de Los Piojos (se fue en el 2000 por "cuestiones personales"), creador de La Chilinga, actual baterista de Vicentico y principal difusor de la mixtura de percusión y rock.
Después de recorridas y estudios en países como Brasil o Cuba, Buira entendió que en la Argentina hacía falta una escuela de percusión. Así, nació La Chilinga. "Había una necesidad latente. Siempre me interesó hacer una escuela cultural, ligada a la realidad. La Chilinga tiene mucho compromiso con el barrio". En La Chilinga hay un programa de aprendizaje de cinco años, y si bien los cursos son pagos, Buira aclara que dan clases en lugares pobres y no cobran un peso. Con cuarenta ex alumnos devenidos en docentes, la escuela de percusión es una usina musical en la que se aprenden los ritmos nacionales y extranjeros (samba, rumba, iyesá').
—¿Sos consciente de que fuiste el responsable de aportarle a Los Piojos todo el tema percusivo?
—Claro, pero el grupo tenía una apertura para asimilar propuestas. Lo que yo aportaba rendía, pero sin dudas el salto más grande fue cuando La Chilinga participó de Verano del 92.
—¿Te sentís pionero de esa movida?
—Y sí, aunque me cueste, me siento un pionero de la movida que combina rock y percusión en la Argentina. Creo que en Los Piojos se logró muy bien y que se logra muy bien en La Chilinga. Después hubo cosas interesantes, pero ahora todo eso me resulta aburrido y nada original.
—¿Ya no escuchás música así?
—Ni loco. Me dice mucho más un grupo de pop con maquinitas que una banda de rock con tambores y candombe. Eso ya está hecho. Quizás esas bandas lleven mucha gente, pero a mí no me causan nada.
FEDERICO GIL SOLA
El regreso del eterno exiliado
Ahora que en el mercado de valores el disco parece haber sucumbido frente al "vivo", Federico Gil Solá se dedica al arte de hacer buenos discos. Sigue tocando, claro, y encima canta, nada mal por cierto. Y escribe letras donde mezcla la reflexión, los juegos de palabras y el humor con citas textuales a íconos musicales (Patti Smith, Iggy Pop, Alice Cooper). "Es mi parte docente", dice entre risas. "Por eso también tengo un programa de radio (Cosa de negros, FM La Tribu). El tema de Alice Cooper (I'm Eighteen) lo hago porque es algo que yo cantaba a los 13. Tener 18 entonces me parecía la vejez absoluta. Me da gracia que cantarlo siga siendo un referente de juventud".
Después de 17 años de exilio obligado (su familia fue perseguida por la nefasta Triple A en los setenta), Gil Solá volvió al país en 1990 para integrarse a Divididos. Con él, el trío transitó su etapa más exitosa, incluyendo discos como Acariciando lo áspero (91) y La era de la boludez (93). Hacia 1995 se fue, en el rol de "fusible" de la etapa más caótica del grupo. Sin embargo, haber sido el baterista más votado en la compulsa de los 20 años de Rock & Pop parece haberlo puesto en un sitio más justo. "Me encantó: es una buena. El 80 por ciento de los que me votaron no me vieron tocar en vivo, seguro. Pero entiendo que hay algo de esa época que trascendió y me da mucho orgullo. Desde que me largué venía con muchas patadas en el ojete".
—¿Por qué lo sentís así?
—Haber estado en una banda que cuando yo estaba era LA BANDA y después pasar cinco años en el freezer cambia tu realidad. Cuando salí, encima, me encontré con un mapa distinto. Y eso añadido a que uno ya no es guita.
Junto al guitarrista Gustavo Bustos y al bajista Sebastián Villegas (a los que considera tan irremplazables como para añadir a la foto), sostiene Gil Solá & Exiliados y toca con las ganas de siempre donde lo permita la coyuntura post Cromañón.
—¿Nunca pensaste en volver a irte?
—¿Sabés que pasa? A mí, de acá ya me echaron muchos años. Ahora no me sacan más.
JORGE ARAUJO
El socio del silencio
La versatilidad al palo de Jorge Araujo hace que lo puedas ver tocando ritmos en cadencia minuciosa, improvisando sobre bases irregulares o rockeando a la velocidad de la luz. Sin embargo, el ex Divididos está convencido de que no hay límites en su trabajo: "Voy a estudiar batería toda la vida, porque tocar es siempre una novedad para mí". Batero desde pequeño, armó su primer grupo en 1980 y hasta llegó a ser sesionista de jazz, pero en 1995 entró a la aplanadora del rock para ocupar el puesto que había abandonado Federico Gil Solá (ver página 2). Su paso por Divididos duró hasta abril de 2004, y enseguida formó Gran Martell, un trío de rock que se completa con el violero Tito Fargo (ex Hurlingham Reggae Band y Redondos) y con el bajista Gustavo Jamardo.
Hoy, Araujo se presenta como un tipo que prefiere no ponerse metas, evitar los límites, esquivar la tierra firme y que siente libertad renovada a la hora de componer y cantar. "Mi principal característica es que me aburro muy rápido", cuenta en exclusiva para el Sí!, después de un largo tiempo fuera de los medios. "Estoy más desprejuiciado, y si bien no trato de borrar lo que fui haciendo en el pasado, quiero hacer cosas buenas o malas pero que me provoquen algo. Lo que noto es que no sé hacia dónde voy. Y eso me resulta atractivo".
—¿Cuando te fuiste de Divididos te imaginaste qué ibas a hacer?
—Si me lo pongo a pensar, soy consciente de que podría haber estado sin banda durante toda mi vida. Lo único que me acuerdo de esa época es tener una necesidad muy grande de tocar cosas que rítmicamente salieran de un formato. Nunca me imaginé que iba a cantar o a escribir. Cuando volví a cantar, porque yo lo hacía de chico, estaba bastante cagado. Componiendo me siento bien porque nunca dejé de hacerlo.
—Da la sensación de que si querías componer en Divididos no tenías tanta libertad como ahora.
—En lo que sí aportaba era con el tema de estructuras y formatos que generábamos los tres, pero las líneas melódicas obviamente eran de Ricardo. Pero con Divididos tuve mucha libertad. De hecho, cuando entré a tocar hicimos un disco (Otroletravaladna) que tiene un grado de libertad y un riesgo artístico impresionante' no sé cuántas bandas de rock de acá lo tienen.
—De Divididos te fuiste ovacionado por el público. ¿Cómo guardás esos recuerdos?
—¡Fue emocionante! Antes de salir al último show me temblaban las piernas. Mollo me abrazaba para tranquilizarme. Con Divididos, en mi período, fuimos un grupo humano muy interesante. Fueron nueve años de mucha cercanía, y cuando me fui nos costó mucho despegarnos.
—¿Cuesta dejar una banda masiva?
—Yo dejé bandas más chicas y me costó igual que cuando dejé una banda grande. Lo importante es el nivel de compromiso: la música no tiene que ver con el nivel de convocatoria.
—¿El del batero es el puesto del bobo?
—Para nada. Somos los que hacemos mover la patita, y si se corta la luz, podemos seguir tocando.
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