OJOS DE CIUDAD: La hazaña de volver

¿No me revisás, che? ¿No querés ver lo que llevo en estos dos bolsos? Lejos de la “rigurosidad” que con esfuerzo parece haberse establecido en algunos recitales de la Ciudad de Buenos Aires, la historia de la General Paz para allá se perfila marcadamente distinta. Y el panorama, en este fin de semana rocanrolero en zona sur, es casi extirpado de una época en la que los estruendos y la pirotecnia eran la regla: aunque lo exijas, aquí no se cachea ni a la prensa ni al público. Si en algunos lugares de la capital los hombres-prevención al menos acarician los estómagos, fuera de la jungla de cemento las cosas se quedaron en una era de… Cromañón.

Te vas para un costado. Mucha gente. No se ve. Así que decidís mandarte para arriba, a una especie de puente improvisado con caños y unas cuantas maderas que no soportarían ni el más mínimo pogo. ¡Pero ojo! No vayas a inclinarte mucho hacia adelante, porque de la suerte de baranda hacia abajo sólo hay vacío; de hecho, podés sentarte y dejar colgando las piernas. ¡No, no! Mejor ponéte de pie. Y guarda con los cables que unen la consola con el escenario, y que pasan justo por el suelo de este VIP de alto nivel. Cuidado que la temperatura y los acordes suben el grado de transpiración; no vaya a ser que te quedes pegado a tu grupo preferido.
Pasan unos días y pensás que, ya en Capital, Calamaro y Rot ofrecerían mejores condiciones de vida. Claro, te equivocás. La lluvia justo en el momento en que termina el recital, la mala señalización, la inoperancia de los encargados de la seguridad y la mínima dimensión de las salidas hacen que más de veinte mil personas corran riesgo de entrar en estado de pánico y generar una avalancha humana. Media hora después estás afuera, empapado y aturdido. Y agradeces. Vos, una vez más, como aquel diciembre, lograste volver a tu cama.

Nacho Girón
Clarín