Por primera vez, el cantante del grupo gente de barrio habla desde la cárcel de Devoto: "La única luz de esperanza que tengo es mi banda de rock".
Nacho Girón
Especial para Clarín
¡Clac! El ruido de rejas que se abren y se cierran es la música ambiental en la cárcel de Devoto. Aquí un control, ahí una revisación, acá un papeleo. Después, silencio; y los ojos sólo apuntan al suelo. Desde un tercer piso, en un pabellón lejano a la vista, unos pibes agitan sus manos entre los barrotes y le chiflan a las flaquitas que van a visitarlos desde la vereda. Los pabellones son como edificios, de tres o cuatro niveles, malolientes, de techo bajo, con estampitas, ropa y toallas por todos lados. Tienen números, pero también apodos: como "la villa", donde están guardados los pesados, esos que cada tanto arman una fea y clavan a un par. Del otro lado del patio, en el pabellón 12, tercer piso, está Chaca, "El Gordo", junto con doscientos internos acusados de narcos y estafadores. Hay olor a meo mezclado con torta frita. Se ceba mate, se convida. Y se pregunta: "¿Cómo está la mano afuera?".
La vida de Chaca (brazos tatuados, pelo largo, sonrisa permanente) está atravesada por Lugano, su lugar, donde fue recolectando los músicos que en 1997 adoptarían el nombre Gente de barrio: un combo de siete integrantes en el que hay rock, reggae y la voz arenosa del que está en la tumba. La historia venía en ascenso hasta que un día como hoy, el 22 de diciembre del 2004, El Gordo cayó por tenencia y venta de marihuana. En su casa encontraron 70 gramos: veredicto, cuatro años y tres meses. "Es un precio que estoy pagando. Soy culpable y hay que poner el pecho y bancársela", admite ahora, en este cuartito.
Desde que llegó a Devoto, Chaca se encargó de que el grupo siguiera tocando y difundiendo Por el camino en el que vamos, el disco que habían grabado en el 2003. "Perdí todo. La única luz de esperanza que tengo es mi banda de rock, para ver qué puede pasar el día de mañana. Sabiendo que la banda está viva, mi vida acá es distinta". El Gordo sonríe y no para de hablar de Gente de barrio: "En lo que hacemos podés escuchar toques de Pink Floyd, hasta el rock crudo de The Cult...", empieza, pero se interrumpe. "¡Estoy nombrando grupos que ahora vienen y me quiero matar que estoy acá adentro! The Cult ya tocó, ¿no?".
Chaca parece acostumbrado a la vida tumbera: a las 7.30 arriba, recuento, después a levantar los colchones y pasar "fajina"; a las nueve y pico de nuevo a la cama; y una vez por semana, al patio por unas horas. "Me pongo a correr de punta a punta de la celda pero a los cinco minutos me siento un pelotudo. Estoy oxidado por la inactividad". Mediante un trámite, logró meter una guitarra criolla que hace furor en el pabellón 12: él da clases y se arma la ronda. "Sin la viola creo que ya estaría muerto de tristeza", se sincera. Ahí nomás, recuerda su primer día acá, en Nochebuena, cuando se largó con La marcha de la bronca. Iba todo bien hasta que la letra dice "bronca porque roba el asaltante". "¡Me tiraron mil tomates y me gritaron de todo! Pero la tomaron a la risa. En mi pabellón no estamos mal, así que hay que portarse bien porque en otras zonas... es más complicado. Estoy en el cielo, porque acá cerca, el infierno es muy jodido". El guardia se acerca e informa que se acabó el tiempo; Chaca asiente. "Cuando salga tengo un gran camino para recorrer. Hay gente que a los 34 ya está cansada. Pero yo todavía ni empecé". Después, sólo se vuelve a escuchar: "¡Clac!".